Pero, el miedo no es una emoción reservada a los más pequeños, sino que el objeto de nuestro miedo se va modificando. Nuestra forma de expresar nuestro miedo también va cambiando, o incluso, siendo adultos, parece que debemos no tener miedo nunca, y en el caso de tenerlo, no se puede decir.
¿Por qué? Quizá, porque nuestros miedos se convierten en fantasmas, dejan de ser algo real para convertirse en ideas y situaciones. Desaparecen los miedos a los dinosaurios, a los monstruos, dando paso a los miedos a no cumplir expectativas, al futuro, a lo desconocido.
En todo esto, tiene mucho que ver el constructo social. El miedo es quizá una de las emociones más “contagiosas”. Podemos desarrollar un miedo a algo por el simple hecho de haber leído información o por ver como alguien le tiene miedo.
¿Qué podemos hacer? Lo que en ningún caso podemos hacer, es permitir que el miedo nos paralice, que nos impida seguir avanzando, a no exponernos a situaciones por el simple hecho de tener miedo.